La narrativa del patriotismo como justificación de la explotación infantil
Analizamos el discurso del nacionalismo como recurso para desacreditar la ley que busca penalizar el criadazgo en Paraguay.
El Senado paraguayo debatió hace unos días una propuesta legislativa que busca penalizar el criadazgo, una práctica extendida y normalizada en el país, pese a los avances en materia de derechos humanos. Con la promesa de recibir sustento y educación, niños y niñas de áreas rurales son trasladados a la capital y a otras zonas urbanas, donde viven bajo la condición de realizar tareas domésticas. Pero en lugar de recibir oportunidades, muchas de ellas —la mayoría son niñas— son sometidas a jornadas de trabajo extenuantes y, en algunos casos, sufren violencia severa y son silenciosas víctimas de abuso psicológico y explotación sexual.
Entre los legisladores que expresaron su oposición al proyecto de ley que “garantiza el derecho de niños, niñas y adolescentes a la protección ante el criadazgo”, se encontraba el senador oficialista Gustavo Leite, quien, en una línea argumentativa similar a la expresada en ocasiones anteriores, comparó el criadazgo con el tereré, la bebida refrescante con yerba mate que, de hecho, forma parte del patrimonio cultural paraguayo y de la región. El senador enfatizó en que se trata de una ley “antinatura, anti Paraguay, anticultura paraguaya”, para luego vincular la propuesta legislativa con una supuesta injerencia extranjera en los asuntos nacionales. “No tengo ninguna duda de que esta ley está propulsada por intereses extranjeros, de oenegés extranjeras. Casi puedo asegurar que el borrador inicial se lo entregaron así a los proyectistas que figuran como tal”, dijo.
En su intervención contra la ley, Leite pidió a sus colegas “ser más patriotas” y rechazar lo que calificó como posturas foráneas. Sin embargo, su propio discurso reproduce el repertorio ideológico importado del movimiento MAGA y de la ultraderecha internacional, que, bajo la bandera del antiglobalismo, utiliza el nacionalismo como herramienta para oponerse a toda agenda que no sea conservadora. El senador cartista es, de hecho, el principal vínculo del oficialismo paraguayo con la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), como revela esta investigación de Ruth Benítez para La Política Online.
En el tercer capítulo de Ruido. El régimen de la desinformación en las elecciones 2023 de Paraguay, Josué Congo analiza las estrategias discursivas utilizadas por el movimiento provida en contra del Plan de Transformación Educativa, un proyecto que buscaba renovar el modelo de gestión del sistema educativo en Paraguay. Este análisis identifica nueve narrativas predominantes: el enemigo interno, el patriotismo, el déficit democrático, el negacionismo de la desigualdad social, los hijos como propiedad, el alarmismo, el legalismo, el adultocentrismo y la autoridad por mandato divino. “La idea de nación del movimiento provida consiste en una identidad basada en la fe cristiana conservadora y en la defensa de la familia tradicional, según la cual solo puede existir un tipo de paraguayo/a. El discurso patriótico de este sector entiende que cualquier persona que no comulgue con estas características atenta contra los intereses nacionales”, describe. Esta narrativa del patriotismo se vincula a la teoría del ‘enemigo interno’, que plantea la existencia de un actor que atenta contra la soberanía nacional. El movimiento provida expande este postulado con una construcción ‘nativista’ excluyente, que no abarca a todas las personas nacidas en el país, sino únicamente a quienes comparten ciertos rasgos culturales o religiosos. “Una vez definida la idea de ‘nativo’, esta es enfrentada con la del ‘no nativo’, es decir, el enemigo interno”, explica Congo.
En línea con esta narrativa, durante su participación en la CPAC en Budapest, el presidente de la Cámara de Diputados, Raúl Latorre, presentó a Paraguay como “una tierra de principios y valores, una nación que aprecia la libertad, la soberanía y la defensa de su fe”. Además de declarar a la Cámara de Diputados “una institución “provida y profamilia” y de referirse a “una generación de patriotas que se levanta” en respuesta al “bombardeo de ideologías extranjeras”. En el marco del mismo evento, Leite reivindicó la ley de control sobre las organizaciones sin fines de lucro y volvió a destacar la ‘paraguayidad’ como defensa ante las ideas progresistas.
De este modo, la narrativa nacionalista opera en un marco discursivo flexible: un significante vacío que se acomoda con facilidad para articular distintas demandas. En Paraguay y en América Latina se ha empleado para rechazar leyes ambientales, oponerse a la educación sexual integral, restringir la inmigración y atacar libertades fundamentales como la de expresión y de asociación. Y, como en este caso, para justificar el abuso infantil.
Pero en Paraguay, la visión de patriotismo que promueven Leite y Latorre no es unánime. Johana Ortega, una de las proyectistas de la ley contra el criadazgo —y quien, en días posteriores al debate, denunció ser blanco de una campaña de desinformación—, criticó las expresiones del senador: “El criadazgo no es cultura, es herencia colonial. No me resigno a un Paraguay donde dicen que la violencia es ‘cultural’. Lo ‘antinatural’ es la explotación y el abuso”.
Organizaciones de la sociedad civil también rechazaron enfáticamente las declaraciones de Leite. El Movimiento contra la violencia sexual a niñas, niños y adolescentes subrayó que el criadazgo constituye una forma de tortura y está intrínsecamente ligado a otras violencias como el abuso sexual y la explotación infantil. Asimismo, en su columna de opinión, Lida Duarte abordó la persistencia del criadazgo en Paraguay, señalando que ciertos sectores conservadores se oponen a su prohibición: “Para el senador Gustavo Leite, prácticamente es un orgullo desarraigar a las niñas y someterlas al trabajo infantil forzoso. Eso es el criadazgo”.
🌎 Más claves para la conversación
En el artículo Criadazgo, la cuestionada práctica de los paraguayos que ‘adoptan’ niños como empleados domésticos, la BBC cuenta la historia de Tina Alvarenga, quien vivió en situación de criadazgo durante ocho años.
Más de 3.500 casos de violencia contra niños, niñas y adolescentes fueron denunciados ante la Fiscalía en 2024.
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